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jueves, 12 de noviembre de 2015

La catedral de los negros





Marcial Gala Olivera nació en La Habana en 1965, se radicó en la ciudad de Cienfuegos. La Catedral de los Negros es su primera novela editada por la editorial Corregidor.

Es autor de los libros de cuentos “Enemigo de los ángeles”, “El Juego que no cesa”, “El hechizado”, y de la novela “Sentada en su verde limón”. “La Catedral de los Negros” obtuvo los premios Alejo Carpentier y Premio de la Crítica en el año 2012.



La Catedral de los Negros es una novela situada en la ciudad de Cienfuegos, Cuba, y está contada en primera persona,  donde en un formato testimonial se completa y complementa, se refuta y se valida mediante la interacción de los personajes. La llegada desde Camagüey de una familia cristiana al barrio de Punta Gotica significa el punto de partida para esta historia coral, polifónica. El padre, Arturo Stuart, al poco tiempo es nombrado tesorero de la congregación del Santo Sacramento y se encarga de reunir fondos para la construcción de un templo que supere todo lo visto hasta ahora en Cuba.
Desde este momento las vidas de cada uno de los personajes se ven signadas a la sombra de la Catedral que cada día se alza más en Cienfuegos.

Violencia, alienación, marginalidad, la desinformación y el egoísmo al extremo son puntos de inflexión que marcan las diferentes personalidades, que corresponden a una época de desarraigo y adaptación de un país como lo es Cuba, tras la caída del comunismo. Obrando desde este enfoque sobre la monstruosidad humana el autor revela la inexactitud del hombre nuevo que se busca, al menos en Occidente, desde el final de la Segunda Guerra Mundial.  

Marcial Gala teje el hilo del relato de Ricardo Mora Gutiérrez, alias El Gringo, como factor aglutinante entre la multiplicidad de voces que conforman la novela, siendo el trasfondo la construcción de la Catedral del Santo Sacramento, que el pueblo tercia en llamar La Catedral de los Negros, y la sospecha compartida acerca del mal que afecta a la familia llegada de Camagüey.

Desde lo humano, desde lo existencial, desde lo filosófico y lo religioso, siempre desde la condición política -y no partidaria- del ser humano es que se forma la polifonía que compone este relato, situado en la Cuba tras la caída de la URSS, donde, a primera vista, nada parece guardar ninguna relación con Revoluciones o Guerras, y este panorama se mantiene hasta el final.

Marcial Gala posee una vasta experiencia en talleres literarios para jóvenes y adultos. Ha participado en conferencias en diferentes ferias de libros de La Habana, Santo Domingo y Guadalajara, ha dado conversatorios sobre literatura y cultura cubana durante las ferias de México y República Dominicana y ha oficiado como jurado en diversos concursos y eventos literarios (narrativa y poesía), ocupación que actualmente desempeña, y, además, organiza una peña cinematográfica y literaria en la ciudad de Cienfuegos. Es miembro de la Unión de escritores y artistas de Cuba, UNEAC.

Sus premios: Nacional de talleres literarios, Nacional Pinos Nuevos de cuento 1999, premio de la Ciudad de Cienfuegos en cuento y primera mención del mismo premio con su cuaderno de poesía ‘Viendo pasar un extraño pájaro de ala azul’; Premio de la revista Matanza al mejor texto publicado en cuento y en poesía durante los años 2010 y 2011. En cuanto a novelas es premio nacional Sed de Belleza y en el 2012 ganó el Alejo Carpentier — el más importante que se otorga en su país—con su obra ‘La catedral de los negros’, que a su vez resultó premio de la crítica a los mejores libros publicados en Cuba en el 2012.

Título: La catedral de los negros
Autor: Marcial Gala
Año: 2015
Páginas: 240
Editorial: Corregidor

jueves, 5 de noviembre de 2015

Las mil y un maneras de ser wacho hoy



Por: Aldana Perazzo

Guacho: 1. Animal, que siendo de teta, ha perdido a la madre y se cría en las casas. 2. Huérfano. 3. Hijo ilegítimo. Del quechua Wácha: indigente y fam. huérfano” (Novisimo Diccionario. Corregidor, 2014). Wacho: el pibe sin laburo que tiene que salir a buscar casa porque lo echaron de la suya. Wacho: El pibe que se enamora de una actriz porno y le escribe una carta. Wacho: el hijo que tras la muerte de la madre se reencuentra con un pasado de hermanastros golpeadores. Wacho: el hombre que caga a su mujer y es abandonado. Wacho: la vieja en el geriátrico que espera que alguien la peine. Wacho: el remisero que se calienta con la pasajera de 16. Wacho: la mujer que escucha voces porque no puede lidiar con la realidad. Wacho: el pirómano que sorbía nafta cuando era chico y terminaba en el hospital. Wacho: el hijo que no nace. 
“Tiene tantos estilos que no sé con cuál quedarme” dice el chico enamorado de Jada Fire. Con Rulos, raya al medio, al costado, la actriz lo enamora aun cuando no se conocen. La madre del chico se horroriza al descubrir los videos en la computadora del hijo. El chico dice: “Ella no entiende nada porque nunca estuvo enamorada, ni siquiera de mi viejo, que lo enganchó curtiendo con su propio hermano y se mató”. Y después de esta declaración sigue con su vida, con la esperanza de algún día conocer a la mujer que solo ve en viejos videos xxx. Porque ninguno de los personajes de los diez cuentos que integran Los wachos llora por lo que les pasó. Todos tienen incorporado a sus vidas ausencias que buscan suplir mientras cumplen con sus obligaciones. La falta del padre como factor común. Orfandad. Las “sesiones maratónicas de masturbación” como vía temporal de escape, el sexo como aditivo al vacío que sienten, lo tragicómico al servicio de la historia.
Contrario a muchos autores, Lezcano piensa su obra en función de un título, al que le gusta definir como la “colonización de un continente” y se ata al mismo para brindarle al lector diez cuentos totalmente distintos entre sí, pero que juntos, uno atrás de otro, construyen un mismo sentido.
Dice la contratapa del libro que el escritor es heredero del realismo sucio norteamericano. Y es que hay en sus relatos algo de minimalismo carveriano, de contar la historia a través de lo que no se cuenta para pegarte una trompada final con un tema de Los del Fuego de fondo. Hay en Camerún —quinto cuento del libro— mucho de Junot Díaz en su Guía de amor para Infieles. Comparte con el relato del dominicano el narrador en segunda persona, el narrador infiel abandonado que se da cuenta tarde de lo que perdió y pierde, entonces, su ego.
No es casualidad que el periodista, docente y escritor, cierre el libro con “El futuro del dinero”, acaso, el cuento que condensa todas las posibles lecturas que se hayan desprendido  de los anteriores. Una historia sobre juventud. Sobre la soledad. Sobre la disrupción padre-hijo. Sobre las decisiones irreversibles que tomamos de manera precipitada y las consecuencias que debemos afrontar.
Microrrelatos, cuentos divididos por capítulos, frases cortas, contundentes, coloquiales, dignas de pibes de barrio, de pibes que se refugian en las esquinas, Lezcano nos muestra las mil formas de ser wacho en estos tiempos. Una wachitud que tarde o temprano nos llega a todos, por muchas veces que hayamos ganado en el Juego de la Vida cuando éramos chicos y creíamos que teníamos todo bajo control.


Título: Los wachos
Autor: Walter Lezcano
Páginas: 93
Editorial: Conejos
Año: 2015


lunes, 2 de noviembre de 2015

Siete casas vacías de Samanta Schweblin

                                         Un gótico doméstico


La nueva colección de cuentos de Samanta Schweblin, Siete casas vacías, que recibió este año el IV Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero, confirma una mirada y un universo literario únicos en el panorama narrativo contemporáneo. En sintonía con sus libros anteriores, Schweblin desenvuelve ambientes en los cuales la imaginación gótica (las sombras, la oscuridad, los monstruos interiores) se apodera de la domesticidad y la sobrepasa. Los siete cuentos de esta colección forman un conjunto de “casas vacías” signadas por tensiones humanas que, a pesar de su domesticidad, o quizás como consecuencia de ella, la autora aborda a partir de las leyes de lo onírico y lo espectral.

Por: Nicolás Campisi

Así, los relatos de Schweblin desarrollan paisajes de la pérdida y la despertenencia que se enrarecen cuando la carga del pasado primitivo (“cavernario”, diría Schweblin) invade el presente y se corporiza en los objetos y los personajes.
En “Nada de todo esto”, la madre de la narradora se obsesiona con las casas ajenas (con mirarlas, invadirlas, ordenarlas como si fueran la propia) como una forma de suplir la ausencia de su marido. La obsesión material-afectiva de su madre con darle orden a las casas y los objetos ajenos parte de una carencia en los propios espacios de habitabilidad. “¿Querés uno de esos livings? –le pregunta la narradora, irritada de ser su cómplice– ¿Eso querés? ¿El mármol de las mesadas? ¿La bendita azucarera? ¿Esos hijos inútiles? ¿Eso? ¿Qué mierda es lo que perdiste en esas casas?”. Revolver las casas ajenas se convierte en una parte constitutiva del proceso de catarsis personal. Los objetos son cadáveres que hay que volver a enterrar, espacios de reconciliación con el pasado.

“Mis padres y mis hijos” narra la desesperación de perder a los hijos en una casa ajena, la de los padres enfermos del narrador, a trescientos kilómetros de distancia de la ciudad. En “Pasa siempre en esta casa” una madre tira la ropa de su hijo muerto al patio de su vecina –la narradora– todos los días, mientras que el padre la recupera y la pone de nuevo en su propia casa. Lo que está en juego en este relato son dos modos de convivir con la pérdida del hijo y con el mundo material de los afectos. La madre no puede soportar la presencia de su hijo a través de la ropa inservible, mientras que el padre ve la convivencia con la materialidad de la ropa como una etapa inextricable de su proceso de duelo. “Un hombre sin suerte” está narrado por una niña de ocho años a la que un extraño seduce y convence de ir a comprar una nueva bombacha. Aquí la materialidad de la ropa –la bombacha– se convierte en el signo no ya de lo afectivo, sino de lo depravado y lo corrompido.

En “Cuarenta centímetros cuadrados” la suegra de la narradora le encarga la tarea de comprar aspirinas cerca de la medianoche y le cuenta una historia para que la viva en carne propia. En este cuento salir de la casa significa enfrentarse con la ciudad vacía/desconocida/oscura y con los espacios de habitabilidad corporal (¿cuál es el lugar de nuestro cuerpo, no sólo de nuestra persona, en el mundo que nos rodea?). En “Salir” se repite el motivo de la huida doméstica: la narradora escapa de su casa en bata de baño y con el pelo mojado. En el ascensor se cruza con un hombre que dice ser “escapista”, una palabra cuya ambigüedad sugiere tanto la tarea de arreglar escapes de auto, como la prolongación del regreso al espacio doméstico, a su aniversario de casado. Este es un relato sobre los modos de escapar de la casa para encontrarse nuevamente con la ciudad vacía, oscura, anclada en el límite de lo real y lo onírico.

El cuento –o nouvelle– más brillante y el que constituye la columna vertebral de la colección es “La respiración cavernaria”. La protagonista del cuento es Lola, una anciana que mientras desea morir sin lograrlo, enajena a todas las personas que la rodean. Frente a la imposibilidad de morir, Lola se aboca a la tarea de “organizarlo todo, aminorar su propia vida, reducir su espacio hasta eliminarlo por completo”, a la necesidad de clasificar y catalogar los diferentes objetos de la casa, domesticarlos antes de que éstos la domestiquen a ella. La analogía a lo largo de la colección entre casas y cajas señala la pesadumbre de lo material, la convivencia con objetos de toda índole que tienen una carga afectiva propia. La escritura de Schweblin replica la violencia de su materia narrativa a través de frases cortas y tajantes, similares a la “respiración cavernaria” de Lola en el relato. La mirada descarnada de Schweblin sobre las oscuridades de lo humano ha producido un proyecto literario sin equivalentes en el panorama literario actual, un proyecto que se sumerge a paisajes del vacío y sale con información clave sobre los vínculos humanos, la incomunicación y la pérdida.

Algunas de las ficciones argentinas más interesantes de los últimos años juegan con las reglas del género gótico y las subvierten, las inscriben en espacios y tradiciones nacionales. Uno de los casos recientes más paradigmáticos es Bestias afuera de Fabián Martínez Siccardi, que se inserta en la tradición de la novela gótica inglesa y la desplaza hacia un contexto patagónico: los animales salvajes del campo argentino son una excusa para explorar universos reprimidos de la bestialidad interior. En El año del desierto de Pedro Mairal se trata de exteriorizar las bestias de la historia argentina en clave pesadillesca, a través de un rewind que recorre medio siglo de historia americana. Siete casas vacías también se adscribe a la tentativa de exteriorizar las bestias interiores (y viceversa), así como de plantear tramas de la domesticidad familiar –como es sabido, los romances góticos del siglo XVIII inglés parten de tramas sobre la familia y las estructuras patriarcales– que están atravesadas por procesos de “desfamiliarización”. En este extraordinario compendio de universos desfamiliarizados, Schweblin desarrolla una especie de gótico doméstico en el que lo fantasmagórico emerge siempre desde la superficie de lo real.

Nicolás Campisi
Estudiante de doctorado en Brown University

Siete casas vacías. Samanta Schweblin. 
Páginas de Espuma. Madrid, 2015. 123 páginas.

jueves, 29 de octubre de 2015

Hay una ética posible en la maternidad

Diálogo con Marta Dillon acerca de Aparecida, su último libro, que narra con una potencia autobiográfica la búsqueda de los restos de su madre Marta Taboada, desaparecida durante la última dictadura militar. La llamada del Equipo Argentino de Antropología Forense comunicando el hallazgo de estos restos marca el inicio de la crónica que va y vuelve en el tiempo, como lo hace la memoria humana tan frágil y esquiva a las cronologías lineales.


Por: Luciana Reif

* Todos los dolores que se comparten son menos dolores
La desaparición forzada de Marta Taboada impidió a sus hijos hacerle un lugar a la muerte en la vida cotidiana. La ausencia del cuerpo, como lugar donde inscribir el dolor y la muerte, constituye una falta central. El trabajo de búsqueda de los restos realizado por los organismos de Derechos Humanos da cuenta de la dimensión invariablemente política que tiene el cuerpo. Los cuerpos por los que se lucha nunca son totalmente propios o totalmente propiedad de los familiares de desaparecidos, el cuerpo está inscripto y se constituye en la esfera pública como fenómeno social.
“¿Y quién tiene un cuerpo que puede decir suyo? (quién, acaso, puede decir yo).” (Fragmento de Aparecida)
El encuentro con los restos óseos se inscribe en una búsqueda de reconstrucción que al mismo tiempo los excede. Se trata también de reconstruir lo que pasó en torno a la desaparición, los últimos días, los rastros materiales de ropa, los testimonios de conocidos, los recuerdos. El hallazgo de una bolsa de ropa de las personas que habían estado juntas en el paredón de fusilamiento es un momento muy vivo del relato. De esa búsqueda Marta Dillon guarda consigo un trocito de corcho de un zapato del cual no había ninguna seguridad que le perteneciera por derecho de herencia

—¿Cómo cambia el recuerdo de tu mamá una vez que encontraste sus restos?
— Cuando estás buscando a una persona desaparecida, porque no estás buscando encontrarla, sino que estás buscando rastros, estás buscando reconstrucción, lo que se debilita es esa palabra “buscar”, porque ya has encontrado algo muy poderoso (…) yo creo que lo que sostiene la figura de la desaparición es esta constante pregunta sobre los últimos días, o esta constante necesidad de darle cuerpo a lo que le ha sido robado.

— ¿En qué sentís que te ayudó que el duelo fuera compartido con tus hermanas de lucha?
— El vínculo es colectivo, entonces no sé si yo hubiera podido optar (…) pero a la vez, me parece que más allá de lo que me ayuda a mí, creo que hacer una cosa colectiva es reponer su lugar como militante en esta historia, y en ese sentido no sé si hubiera podido elegir otra cosa. ¿Y en que me ayudó? Creo que todos los dolores que se comparten son menos dolores (…) había muchas cosas del orden de lo simbólico que no se hubieran saldado si hubiera sido una familia sola porque además esto no le sucede a una familia sola.
*
El relato oscila entre esta madre vivida en plural, la ropa compartida con otras compañeras de lucha, la bolsita de huesos mezclados; y la necesidad al mismo tiempo de algún signo que se recorte de entre el montón, el hilo de la certeza que recorra y rearme a Marta Taboada. Aparecida narra esa reconstrucción, un cuerpo que se construye al calor de una búsqueda, alguien volviendo a nacer después de la muerte, un muñeco de arcilla que se va moldeando, un perchero al que se le van colgando certezas en forma de recuerdos y retazos de vida, como un hija que crea un collage para poder decir en voz alta: esta era mi mamá, así murió, y la guardo ahora entre mis brazos.



* Las mujeres convierten el dolor en acción con más facilidad

La dictadura construyó una nación ideal en donde la sociedad tenía un origen biológico. La familia como célula básica de esta nación era la responsable de cuidar los valores esenciales de “Dios, Patria y Hogar”, una familia anclada en los valores y roles tradicionales.

En 1976 se crea la organización Familiares de Detenidos y Desaparecidos por razones políticas. El lazo biológico fue el disparador de las denuncias y los reclamos, los familiares se apropiaron del modelo tradicional de familia tal como lo usaba la dictadura para elaborar un discurso de oposición. La creencia en la fuerza y el valor positivo del parentesco biológico está presente en la lucha de las organizaciones de DDHH. Sin embargo el significado tradicional tanto de la familia como de la maternidad fue cambiando al calor de la lucha realizada por estas organizaciones. Al socializar a los desaparecidos luchando por todos y cada uno de ellos, las madres estaban devolviendo la función del cuidado de los niños a la sociedad evitando así que la sociedad las colocara en la esfera privada.
Marta Dillon dice no poder enojarse con su mamá por haber vivido en sus años intensamente dos vidas.
“Uno no deja de ser quien es porque tiene hijos. Y eso es algo que todavía creo que les debemos a ellos.” (Fragmento de Aparecida)
El trabajo realizado por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, denunciando públicamente la desaparición de sus hijos y nietos, les permitió redefinir la maternidad, hacerla pública, transformándola en un problema común. El conflicto que así se intentaba resolver era la contradicción entre el altruismo privado y el público. Entre la identificación de las mujeres con sus hijos y compañeros, y aquellos deseos personales que no eran congruentes o complementarios con el encierro en la vida familiar. Lo que la lucha de estas mujeres puso de manifiesto es la posibilidad de una maternidad que cuestionara su aspecto privado y sacralizado.
—¿Por qué creés que fueron las mujeres quienes primero salieron a luchar por los desaparecidos?
—Yo creo que por un lado en su relato ellas eran más impunes, en el sentido de que la maternidad justamente está santificada por la cultura católica apostólica romana, entonces hay una legitimidad en el reclamo, la madre tiene que pelear por sus cachorros, por eso también inmediatamente la dictadura construye el relato de las locas, las saca de ese lugar y las pone en el lugar de las locas que es otro de los arquetipos que describe perfectamente al feminismo. Pero por otro lado también, las mujeres tienen más resistencia al dolor y lo convierten en acción con más facilidad.




*
— ¿Es posible entonces rescatar de la maternidad un valor de lucha?
— Para mí hay una ética posible en la maternidad que tiene que ver con la posibilidad no de darse por completo a otro, pero sí que tiene que ver con que todos los cuerpos cuentan, todos tus hijos cuentan, toda su integridad cuenta desde el dedito, desde el pelo hasta el dedo del pie y que no se lo voy a entregar a otro para que lo masacren, (…) más allá de que las maternidades se pueden construir por fuera de lo biológico, pero aun por fuera de lo biológico en la relación cuerpo a cuerpo que implica la maternidad tal como yo la concibo, hay un entendimiento del otro que construye una ética del cuidado.

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— A partir de estas concepciones de familia no ligadas necesariamente a lo biológico ¿creés que se construye un lugar de lucha particular?
— La mayoría de madres y abuelas eran mujeres bien de su casa, un ama de casa que también con la salida a la calle descubre otro mundo al que no quiere renunciar después, entonces hay un cruce, van a pelear por sus hijos pero se descubren a sí mismas y se descubren a sí mismas con otras, descubren el mundo y entonces ¿por qué van a volver a ser amas de casa aun cuando su pedido de aparición con vida ya sea infructuoso?, de ninguna manera iban a volver.

*
La posibilidad de pensar estos vínculos diferentes a los tradicionales que se van tejiendo alrededor de la maternidad abre la posibilidad de crear aquellas libertades por venir. La Marta Dillon que leemos en Aparecida tiene una intensa historia de vida imposible de asir por el lenguaje, pero que podríamos puntear muy precariamente en la siguientes líneas: hija de madre desaparecida, con resultado positivo de análisis de VIH en 1994, madre de su primer hija Nana, casada con Albertina Carri y madre de su hijo Furio con triple filiación familiar, incansable luchadora feminista. Si hiciéramos un recorte de algunos de los sucesos más relevantes de nuestra historia de los últimos años, seguramente Marta Dillon estaría presente en muchos de ellos. Pero como no creo en las biografías cerradas, ni en los etiquetamientos, y como Marta Dillon siempre se escapa por la tangente y un poco de ella queda por fuera del foco de la cámara, prefiero para describirla la imagen de un caleidoscopio. Podemos girarlo eternamente y ninguna imagen va a ser similar a la anterior, un paisaje que nunca se termina de armar, una caja llena de sorpresas. Siempre hay un resto o exceso que no puede disciplinarse. Y si Marta Dillon fuese una heroína de cómic tendría el poder de la radicalidad imaginante como dice Castoriadis.



Luciana Reif
Licenciada en Socióloga - UBA.
Docente e Investigadora en la Universidad Nacional de Avellaneda.

jueves, 22 de octubre de 2015

Bengalas (Paisanita editora, 2014)








Las ideas están formadas por unidades mínimas de partículas (y así hasta el infinito) y es por ello que cada parte está signada a un sinfín de variables. Del mismo modo que en una muñeca rusa, las ideas se pliegan sobre sí mismas, y comprender su mecanismo nos permitirá una sucesión infinita de universos posibles.

por: Renso Gómez
Bengalas es el cuarto libro de cuentos de Enrique Decarli.  Aquí el argumento en ocasiones irrumpe, muta o simplemente se pierde, pero no por ello los personajes se molestan ante el cambio. Avanzan según el relato, guiados por todo lo que la narración calla, una vez que desaparece dentro de las variables que surgen gracias a la prosa impecable del autor.
“Los despojados” comienza así:“Nadie bajó conmigo en la estación. El subte cerró las puertas y arrancó en dirección a Lavalle.” Enrique Decarli propone en este cuento una imagen simple, una idea eficaz, pero no por ello menos compleja. El protagonista nota que está solo y gracias a esa primera observación el argumento comienza a desplegarse en diferentes variables que harán entender al personaje que lo observable está siempre ahí, esperando a quien lo mire.
El libro comienza con la frase de Andrés Rivera que dice: “si se crean fantasmas, será obligatorio creer en ellos”. El autor anticipa con esta frase la posibilidad de encontrar líneas argumentales como fantasmas, que primero modificarán la estructura narrativa inicial y luego la transformarán a través de la emoción y la sencillez de los personajes.
“El único sonido provenía (sinfín) desde más allá de una arcada. Salté en mi pie izquierdo hasta una escalera mecánica y, simplemente, me dejé llevar. En el pasillo me senté en el suelo, descansé un rato contra la pared y quizás me adormecí. De pronto la estación había enmudecido y alguien a mi derecha tosió como a propósito. Abrí los ojos. Era un linyera más o menos de mi edad. Me levanté de un salto, y desde esta nueva perspectiva, entendí por qué, de repente, tanto silencio. La escalera mecánica no funcionaba. Pero no es que se había detenido. Ya no estaba, no estaba más.”
  “El Negro Vila era, además de negro, narigón. Tan negro y tan narigón que casi presumía. Por eso cuando lo conocí le agarré bronca. Al poco tiempo nos hicimos amigos y me presentó a su familia. Lo primero que noté fue que ninguno era negro. Ninguno era narigón en la familia Vila. Adoptado de acá a Luján, pensé. Y me dio lástima, pobre Negro. Negro, narigón y adoptado.”
En “El Negro Vila” observamos cómo el hilo argumentativo (y los elementos que de él se desprenden) puede guiarse directamente por la psicología de los personajes. Dentro de una agobiante noche de estudios el autor recrea un encuentro entre dos amigos donde la resolución del conflicto quedará signada a comprender el juego de imágenes que desde la profundidad del Negro Vila aparecerán de manera sencilla e inverosímil.
Las ideas, una vez conformadas, son naturalizadas para concurrir a ellas cada vez que la forma lo requiera. Y por ello quedan en la memoria con la nostalgia de alguien que viaja cada vez que las recuerda. “Reencuentro” es el décimo cuento del libro. Esta vez nos enfrentamos a la sensación que genera la extrañeza de enfrentar dos ideas como imágenes contrapuestas, signadas a un pasado y a una persona que no podemos reconocer ni siquiera en los amigos. Ni siquiera en uno mismo.
Las ideas como partículas toman su forma original dentro del cuento “Cuatro tapas y manijas amarillas” donde el autor dice de ellas: “Por eso a veces tengo miedo. Miedo de que un día me delaten. Supe de rivalidades. De noviazgos. De roturas y separaciones de cables que terminaron en cortocircuito. Por el momento nunca escuché hablar mal de mí. Pero hay días en que me siento amenazado. Observado por mil filamentos incandescentes dispuestos a electrocutarme. Por el cucú, que sale a cantar cuando quiere. La cerradura, en el seno de su combinación, tiene el poder de encerrarme hasta que muera, solo, hambriento. Igual pienso. Pienso y espero. Nada de eso va a pasar mientras no deje de llamar a Miguel.”
Retomando la frase de Andrés Rivera, Enrique Decarli crea un fantasma que se apropiará de todos los elementos que en el relato se hayan desarrollado, y de esa manera, lo narrado irá explorando variables y explotando sus formas como bengalas en manos de un poseído.

Bengalas, Enrique Decarli.
Paisanita Editora 2014. 72 páginas.