lunes, 2 de noviembre de 2015

Siete casas vacías de Samanta Schweblin

                                         Un gótico doméstico


La nueva colección de cuentos de Samanta Schweblin, Siete casas vacías, que recibió este año el IV Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero, confirma una mirada y un universo literario únicos en el panorama narrativo contemporáneo. En sintonía con sus libros anteriores, Schweblin desenvuelve ambientes en los cuales la imaginación gótica (las sombras, la oscuridad, los monstruos interiores) se apodera de la domesticidad y la sobrepasa. Los siete cuentos de esta colección forman un conjunto de “casas vacías” signadas por tensiones humanas que, a pesar de su domesticidad, o quizás como consecuencia de ella, la autora aborda a partir de las leyes de lo onírico y lo espectral.

Por: Nicolás Campisi

Así, los relatos de Schweblin desarrollan paisajes de la pérdida y la despertenencia que se enrarecen cuando la carga del pasado primitivo (“cavernario”, diría Schweblin) invade el presente y se corporiza en los objetos y los personajes.
En “Nada de todo esto”, la madre de la narradora se obsesiona con las casas ajenas (con mirarlas, invadirlas, ordenarlas como si fueran la propia) como una forma de suplir la ausencia de su marido. La obsesión material-afectiva de su madre con darle orden a las casas y los objetos ajenos parte de una carencia en los propios espacios de habitabilidad. “¿Querés uno de esos livings? –le pregunta la narradora, irritada de ser su cómplice– ¿Eso querés? ¿El mármol de las mesadas? ¿La bendita azucarera? ¿Esos hijos inútiles? ¿Eso? ¿Qué mierda es lo que perdiste en esas casas?”. Revolver las casas ajenas se convierte en una parte constitutiva del proceso de catarsis personal. Los objetos son cadáveres que hay que volver a enterrar, espacios de reconciliación con el pasado.

“Mis padres y mis hijos” narra la desesperación de perder a los hijos en una casa ajena, la de los padres enfermos del narrador, a trescientos kilómetros de distancia de la ciudad. En “Pasa siempre en esta casa” una madre tira la ropa de su hijo muerto al patio de su vecina –la narradora– todos los días, mientras que el padre la recupera y la pone de nuevo en su propia casa. Lo que está en juego en este relato son dos modos de convivir con la pérdida del hijo y con el mundo material de los afectos. La madre no puede soportar la presencia de su hijo a través de la ropa inservible, mientras que el padre ve la convivencia con la materialidad de la ropa como una etapa inextricable de su proceso de duelo. “Un hombre sin suerte” está narrado por una niña de ocho años a la que un extraño seduce y convence de ir a comprar una nueva bombacha. Aquí la materialidad de la ropa –la bombacha– se convierte en el signo no ya de lo afectivo, sino de lo depravado y lo corrompido.

En “Cuarenta centímetros cuadrados” la suegra de la narradora le encarga la tarea de comprar aspirinas cerca de la medianoche y le cuenta una historia para que la viva en carne propia. En este cuento salir de la casa significa enfrentarse con la ciudad vacía/desconocida/oscura y con los espacios de habitabilidad corporal (¿cuál es el lugar de nuestro cuerpo, no sólo de nuestra persona, en el mundo que nos rodea?). En “Salir” se repite el motivo de la huida doméstica: la narradora escapa de su casa en bata de baño y con el pelo mojado. En el ascensor se cruza con un hombre que dice ser “escapista”, una palabra cuya ambigüedad sugiere tanto la tarea de arreglar escapes de auto, como la prolongación del regreso al espacio doméstico, a su aniversario de casado. Este es un relato sobre los modos de escapar de la casa para encontrarse nuevamente con la ciudad vacía, oscura, anclada en el límite de lo real y lo onírico.

El cuento –o nouvelle– más brillante y el que constituye la columna vertebral de la colección es “La respiración cavernaria”. La protagonista del cuento es Lola, una anciana que mientras desea morir sin lograrlo, enajena a todas las personas que la rodean. Frente a la imposibilidad de morir, Lola se aboca a la tarea de “organizarlo todo, aminorar su propia vida, reducir su espacio hasta eliminarlo por completo”, a la necesidad de clasificar y catalogar los diferentes objetos de la casa, domesticarlos antes de que éstos la domestiquen a ella. La analogía a lo largo de la colección entre casas y cajas señala la pesadumbre de lo material, la convivencia con objetos de toda índole que tienen una carga afectiva propia. La escritura de Schweblin replica la violencia de su materia narrativa a través de frases cortas y tajantes, similares a la “respiración cavernaria” de Lola en el relato. La mirada descarnada de Schweblin sobre las oscuridades de lo humano ha producido un proyecto literario sin equivalentes en el panorama literario actual, un proyecto que se sumerge a paisajes del vacío y sale con información clave sobre los vínculos humanos, la incomunicación y la pérdida.

Algunas de las ficciones argentinas más interesantes de los últimos años juegan con las reglas del género gótico y las subvierten, las inscriben en espacios y tradiciones nacionales. Uno de los casos recientes más paradigmáticos es Bestias afuera de Fabián Martínez Siccardi, que se inserta en la tradición de la novela gótica inglesa y la desplaza hacia un contexto patagónico: los animales salvajes del campo argentino son una excusa para explorar universos reprimidos de la bestialidad interior. En El año del desierto de Pedro Mairal se trata de exteriorizar las bestias de la historia argentina en clave pesadillesca, a través de un rewind que recorre medio siglo de historia americana. Siete casas vacías también se adscribe a la tentativa de exteriorizar las bestias interiores (y viceversa), así como de plantear tramas de la domesticidad familiar –como es sabido, los romances góticos del siglo XVIII inglés parten de tramas sobre la familia y las estructuras patriarcales– que están atravesadas por procesos de “desfamiliarización”. En este extraordinario compendio de universos desfamiliarizados, Schweblin desarrolla una especie de gótico doméstico en el que lo fantasmagórico emerge siempre desde la superficie de lo real.

Nicolás Campisi
Estudiante de doctorado en Brown University

Siete casas vacías. Samanta Schweblin. 
Páginas de Espuma. Madrid, 2015. 123 páginas.

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