jueves, 29 de octubre de 2015

Hay una ética posible en la maternidad

Diálogo con Marta Dillon acerca de Aparecida, su último libro, que narra con una potencia autobiográfica la búsqueda de los restos de su madre Marta Taboada, desaparecida durante la última dictadura militar. La llamada del Equipo Argentino de Antropología Forense comunicando el hallazgo de estos restos marca el inicio de la crónica que va y vuelve en el tiempo, como lo hace la memoria humana tan frágil y esquiva a las cronologías lineales.


Por: Luciana Reif

* Todos los dolores que se comparten son menos dolores
La desaparición forzada de Marta Taboada impidió a sus hijos hacerle un lugar a la muerte en la vida cotidiana. La ausencia del cuerpo, como lugar donde inscribir el dolor y la muerte, constituye una falta central. El trabajo de búsqueda de los restos realizado por los organismos de Derechos Humanos da cuenta de la dimensión invariablemente política que tiene el cuerpo. Los cuerpos por los que se lucha nunca son totalmente propios o totalmente propiedad de los familiares de desaparecidos, el cuerpo está inscripto y se constituye en la esfera pública como fenómeno social.
“¿Y quién tiene un cuerpo que puede decir suyo? (quién, acaso, puede decir yo).” (Fragmento de Aparecida)
El encuentro con los restos óseos se inscribe en una búsqueda de reconstrucción que al mismo tiempo los excede. Se trata también de reconstruir lo que pasó en torno a la desaparición, los últimos días, los rastros materiales de ropa, los testimonios de conocidos, los recuerdos. El hallazgo de una bolsa de ropa de las personas que habían estado juntas en el paredón de fusilamiento es un momento muy vivo del relato. De esa búsqueda Marta Dillon guarda consigo un trocito de corcho de un zapato del cual no había ninguna seguridad que le perteneciera por derecho de herencia

—¿Cómo cambia el recuerdo de tu mamá una vez que encontraste sus restos?
— Cuando estás buscando a una persona desaparecida, porque no estás buscando encontrarla, sino que estás buscando rastros, estás buscando reconstrucción, lo que se debilita es esa palabra “buscar”, porque ya has encontrado algo muy poderoso (…) yo creo que lo que sostiene la figura de la desaparición es esta constante pregunta sobre los últimos días, o esta constante necesidad de darle cuerpo a lo que le ha sido robado.

— ¿En qué sentís que te ayudó que el duelo fuera compartido con tus hermanas de lucha?
— El vínculo es colectivo, entonces no sé si yo hubiera podido optar (…) pero a la vez, me parece que más allá de lo que me ayuda a mí, creo que hacer una cosa colectiva es reponer su lugar como militante en esta historia, y en ese sentido no sé si hubiera podido elegir otra cosa. ¿Y en que me ayudó? Creo que todos los dolores que se comparten son menos dolores (…) había muchas cosas del orden de lo simbólico que no se hubieran saldado si hubiera sido una familia sola porque además esto no le sucede a una familia sola.
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El relato oscila entre esta madre vivida en plural, la ropa compartida con otras compañeras de lucha, la bolsita de huesos mezclados; y la necesidad al mismo tiempo de algún signo que se recorte de entre el montón, el hilo de la certeza que recorra y rearme a Marta Taboada. Aparecida narra esa reconstrucción, un cuerpo que se construye al calor de una búsqueda, alguien volviendo a nacer después de la muerte, un muñeco de arcilla que se va moldeando, un perchero al que se le van colgando certezas en forma de recuerdos y retazos de vida, como un hija que crea un collage para poder decir en voz alta: esta era mi mamá, así murió, y la guardo ahora entre mis brazos.



* Las mujeres convierten el dolor en acción con más facilidad

La dictadura construyó una nación ideal en donde la sociedad tenía un origen biológico. La familia como célula básica de esta nación era la responsable de cuidar los valores esenciales de “Dios, Patria y Hogar”, una familia anclada en los valores y roles tradicionales.

En 1976 se crea la organización Familiares de Detenidos y Desaparecidos por razones políticas. El lazo biológico fue el disparador de las denuncias y los reclamos, los familiares se apropiaron del modelo tradicional de familia tal como lo usaba la dictadura para elaborar un discurso de oposición. La creencia en la fuerza y el valor positivo del parentesco biológico está presente en la lucha de las organizaciones de DDHH. Sin embargo el significado tradicional tanto de la familia como de la maternidad fue cambiando al calor de la lucha realizada por estas organizaciones. Al socializar a los desaparecidos luchando por todos y cada uno de ellos, las madres estaban devolviendo la función del cuidado de los niños a la sociedad evitando así que la sociedad las colocara en la esfera privada.
Marta Dillon dice no poder enojarse con su mamá por haber vivido en sus años intensamente dos vidas.
“Uno no deja de ser quien es porque tiene hijos. Y eso es algo que todavía creo que les debemos a ellos.” (Fragmento de Aparecida)
El trabajo realizado por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, denunciando públicamente la desaparición de sus hijos y nietos, les permitió redefinir la maternidad, hacerla pública, transformándola en un problema común. El conflicto que así se intentaba resolver era la contradicción entre el altruismo privado y el público. Entre la identificación de las mujeres con sus hijos y compañeros, y aquellos deseos personales que no eran congruentes o complementarios con el encierro en la vida familiar. Lo que la lucha de estas mujeres puso de manifiesto es la posibilidad de una maternidad que cuestionara su aspecto privado y sacralizado.
—¿Por qué creés que fueron las mujeres quienes primero salieron a luchar por los desaparecidos?
—Yo creo que por un lado en su relato ellas eran más impunes, en el sentido de que la maternidad justamente está santificada por la cultura católica apostólica romana, entonces hay una legitimidad en el reclamo, la madre tiene que pelear por sus cachorros, por eso también inmediatamente la dictadura construye el relato de las locas, las saca de ese lugar y las pone en el lugar de las locas que es otro de los arquetipos que describe perfectamente al feminismo. Pero por otro lado también, las mujeres tienen más resistencia al dolor y lo convierten en acción con más facilidad.




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— ¿Es posible entonces rescatar de la maternidad un valor de lucha?
— Para mí hay una ética posible en la maternidad que tiene que ver con la posibilidad no de darse por completo a otro, pero sí que tiene que ver con que todos los cuerpos cuentan, todos tus hijos cuentan, toda su integridad cuenta desde el dedito, desde el pelo hasta el dedo del pie y que no se lo voy a entregar a otro para que lo masacren, (…) más allá de que las maternidades se pueden construir por fuera de lo biológico, pero aun por fuera de lo biológico en la relación cuerpo a cuerpo que implica la maternidad tal como yo la concibo, hay un entendimiento del otro que construye una ética del cuidado.

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— A partir de estas concepciones de familia no ligadas necesariamente a lo biológico ¿creés que se construye un lugar de lucha particular?
— La mayoría de madres y abuelas eran mujeres bien de su casa, un ama de casa que también con la salida a la calle descubre otro mundo al que no quiere renunciar después, entonces hay un cruce, van a pelear por sus hijos pero se descubren a sí mismas y se descubren a sí mismas con otras, descubren el mundo y entonces ¿por qué van a volver a ser amas de casa aun cuando su pedido de aparición con vida ya sea infructuoso?, de ninguna manera iban a volver.

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La posibilidad de pensar estos vínculos diferentes a los tradicionales que se van tejiendo alrededor de la maternidad abre la posibilidad de crear aquellas libertades por venir. La Marta Dillon que leemos en Aparecida tiene una intensa historia de vida imposible de asir por el lenguaje, pero que podríamos puntear muy precariamente en la siguientes líneas: hija de madre desaparecida, con resultado positivo de análisis de VIH en 1994, madre de su primer hija Nana, casada con Albertina Carri y madre de su hijo Furio con triple filiación familiar, incansable luchadora feminista. Si hiciéramos un recorte de algunos de los sucesos más relevantes de nuestra historia de los últimos años, seguramente Marta Dillon estaría presente en muchos de ellos. Pero como no creo en las biografías cerradas, ni en los etiquetamientos, y como Marta Dillon siempre se escapa por la tangente y un poco de ella queda por fuera del foco de la cámara, prefiero para describirla la imagen de un caleidoscopio. Podemos girarlo eternamente y ninguna imagen va a ser similar a la anterior, un paisaje que nunca se termina de armar, una caja llena de sorpresas. Siempre hay un resto o exceso que no puede disciplinarse. Y si Marta Dillon fuese una heroína de cómic tendría el poder de la radicalidad imaginante como dice Castoriadis.



Luciana Reif
Licenciada en Socióloga - UBA.
Docente e Investigadora en la Universidad Nacional de Avellaneda.

jueves, 22 de octubre de 2015

Bengalas (Paisanita editora, 2014)








Las ideas están formadas por unidades mínimas de partículas (y así hasta el infinito) y es por ello que cada parte está signada a un sinfín de variables. Del mismo modo que en una muñeca rusa, las ideas se pliegan sobre sí mismas, y comprender su mecanismo nos permitirá una sucesión infinita de universos posibles.

por: Renso Gómez
Bengalas es el cuarto libro de cuentos de Enrique Decarli.  Aquí el argumento en ocasiones irrumpe, muta o simplemente se pierde, pero no por ello los personajes se molestan ante el cambio. Avanzan según el relato, guiados por todo lo que la narración calla, una vez que desaparece dentro de las variables que surgen gracias a la prosa impecable del autor.
“Los despojados” comienza así:“Nadie bajó conmigo en la estación. El subte cerró las puertas y arrancó en dirección a Lavalle.” Enrique Decarli propone en este cuento una imagen simple, una idea eficaz, pero no por ello menos compleja. El protagonista nota que está solo y gracias a esa primera observación el argumento comienza a desplegarse en diferentes variables que harán entender al personaje que lo observable está siempre ahí, esperando a quien lo mire.
El libro comienza con la frase de Andrés Rivera que dice: “si se crean fantasmas, será obligatorio creer en ellos”. El autor anticipa con esta frase la posibilidad de encontrar líneas argumentales como fantasmas, que primero modificarán la estructura narrativa inicial y luego la transformarán a través de la emoción y la sencillez de los personajes.
“El único sonido provenía (sinfín) desde más allá de una arcada. Salté en mi pie izquierdo hasta una escalera mecánica y, simplemente, me dejé llevar. En el pasillo me senté en el suelo, descansé un rato contra la pared y quizás me adormecí. De pronto la estación había enmudecido y alguien a mi derecha tosió como a propósito. Abrí los ojos. Era un linyera más o menos de mi edad. Me levanté de un salto, y desde esta nueva perspectiva, entendí por qué, de repente, tanto silencio. La escalera mecánica no funcionaba. Pero no es que se había detenido. Ya no estaba, no estaba más.”
  “El Negro Vila era, además de negro, narigón. Tan negro y tan narigón que casi presumía. Por eso cuando lo conocí le agarré bronca. Al poco tiempo nos hicimos amigos y me presentó a su familia. Lo primero que noté fue que ninguno era negro. Ninguno era narigón en la familia Vila. Adoptado de acá a Luján, pensé. Y me dio lástima, pobre Negro. Negro, narigón y adoptado.”
En “El Negro Vila” observamos cómo el hilo argumentativo (y los elementos que de él se desprenden) puede guiarse directamente por la psicología de los personajes. Dentro de una agobiante noche de estudios el autor recrea un encuentro entre dos amigos donde la resolución del conflicto quedará signada a comprender el juego de imágenes que desde la profundidad del Negro Vila aparecerán de manera sencilla e inverosímil.
Las ideas, una vez conformadas, son naturalizadas para concurrir a ellas cada vez que la forma lo requiera. Y por ello quedan en la memoria con la nostalgia de alguien que viaja cada vez que las recuerda. “Reencuentro” es el décimo cuento del libro. Esta vez nos enfrentamos a la sensación que genera la extrañeza de enfrentar dos ideas como imágenes contrapuestas, signadas a un pasado y a una persona que no podemos reconocer ni siquiera en los amigos. Ni siquiera en uno mismo.
Las ideas como partículas toman su forma original dentro del cuento “Cuatro tapas y manijas amarillas” donde el autor dice de ellas: “Por eso a veces tengo miedo. Miedo de que un día me delaten. Supe de rivalidades. De noviazgos. De roturas y separaciones de cables que terminaron en cortocircuito. Por el momento nunca escuché hablar mal de mí. Pero hay días en que me siento amenazado. Observado por mil filamentos incandescentes dispuestos a electrocutarme. Por el cucú, que sale a cantar cuando quiere. La cerradura, en el seno de su combinación, tiene el poder de encerrarme hasta que muera, solo, hambriento. Igual pienso. Pienso y espero. Nada de eso va a pasar mientras no deje de llamar a Miguel.”
Retomando la frase de Andrés Rivera, Enrique Decarli crea un fantasma que se apropiará de todos los elementos que en el relato se hayan desarrollado, y de esa manera, lo narrado irá explorando variables y explotando sus formas como bengalas en manos de un poseído.

Bengalas, Enrique Decarli.
Paisanita Editora 2014. 72 páginas.